OJOS DE CARAMELO:
Así la llamaba su abuela,
ese y muchos más recuerdos
de aquella maravillosa infancia,
de aquel bonito pueblo,
cada verano jugando en la charca,
buscando ranas,
detrás de los pájaros,
persiguiendo gallinas, conejos,
y haciendo trastadas.
Qué gratos aquellos recuerdos…
Ahora que la memoria
de cerca ya mucho no le llega,
y como ella bufona se dice,
como un pez me estoy volviendo,
aún se acuerda bien de aquello.
Cuánta felicidad había
en todos esos momentos;
las gentes, que de año en
año se encontraban,
sus sonrisas, los abrazos…
De sus caras,
pocos recuerdos.
Muchos de ellos
ya murieron
y los pocos que quedan…
quién sabe dónde estarán,
serán ya muy viejos.
Aunque lo más amado para ella de todo
fueron sus queridos abuelos,
con ellos se crio de niña
y no pudo ser más bello:
tantas historias vividas, contadas,
leídas,
cantadas
y, sobre todo,
tanta paciencia y amor
le regalaron sus abuelos.
Ella no pudo ser abuela.
La vida
ni hijos le dio siquiera,
vive sola,
con sus dos gatitas
y a la más pequeña
la llama
Ojos de Caramelo.
Por las noches,
mil veces se levanta,
a veces se mira al espejo,
observa sus ojos cansados
y los besos dulces de su abuela añora
y le caen unas lágrimas que afloran,
que por la cara se le escurren,
ella saca un pañuelo,
enjugándolas temblorosa,
se va a por un poco de leche
e intenta conciliar el sueño.
© Yvonne Torregrosa
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