Perdida en ese desierto,
polvorienta y enfangada,
niña exigua por la vida azotada,
te trataban como adulta muy resuelta, espabilada.
Vinieron a rescatarte
a sacarte de las garras
y por las nubes volaste
te llevaban unas alas,
con aquellos ojos grandes,
aquellos que ya te amaban,
de la que ya era tu madre,
ella, la que tenía las alas.
Idolatrando tu vida,
creando para ti paraísos,
un edén, ese nirvana,
poniendo imaginación a todo
para darte un mundo bello,
ya que desde el infierno llegabas.
Madre nueva tenías,
madre buena, generosa y entregada,
enamorada de ti,
de su pequeño angelito,
querubín con flechas envenenadas.
Y tú moviendo tus alas
mariposa te creías,
aún en crisálida estabas,
pero gusano serías,
sin salida, atrapada.
Sin saber cuándo ni cómo,
el aire a ti te cambiaba
y volviéndote un tornado,
en huracán te alzabas,
arrasando con desgarro
todo lo que tocabas,
hasta el hades y aún más lejos
a tu madre te llevabas.
Retoño marchito,
despreciando su mirada,
su sonrisa, su cariño,
y desgastándole las ganas,
la ilusión, ahogando su expresión,
sin aliento te aguantaba.
Y desgraciaste muchas vidas,
de aquellas las que te amaban.
Pero sin tú saberlo,
tú, la más desgraciada,
te metiste en el abismo
y allí te encontrabas feliz
con los tuyos, esos,
los de tu calaña,
los que no saben amar,
los demonios en sus reinos,
con aquellos tú estabas.
Y todo pasó muy deprisa,
aunque una vida expiraba,
la que pudo ser la tuya
y la de tu madre amada,
a esa que nunca quisiste,
a la que renunciaste,
a la que casi por pena muriendo,
sabiendo lo que tú eras
y en el infierno que estabas,
aún así, ella te quiso,
aún así ella te regaló su alma.
Yvonne Torregrosa
Deja una respuesta