Gritos taciturnos que escondidos se ahogan
en un profundo rincón de mi garganta.
Lágrimas secas que dibujan surcos heridos
en lo más oscuro de mi alma
dejando charcos amargos
en la blancura pura de mi almohada.
Palabras que se escriben con suspiros,
pidiendo algo que no llega,
y difusas se hunden sin remedio,
poco a poco en un mar sin olas
que en su locura aparenta estar en calma.
Plegarias sin destino que podrían ir a un Dios.
Clamadas con desesperado fervor
y desoídas, se pierden vacías en la nada.
Sueños de esperanza ligeros que no tengo,
en negras noches que llegan al despuntar el alba.
¿Qué más quieres de mí, Señor?
¿Te parecen pocas mis llagas?
Dios, ves mi alma y mi dolor.
Deseo ya paz en mi morada.
Si tienes más coronas que clavar,
mírame
y, si crees que lo merezco,
no lo dudes y clava,
pero que sea a mí, Dios,
que sea mía la sangre que caiga.
Tuya soy, Señor,
dime qué más quieres de mí.
Pero ahora escúchame tú:
sinceramente, creo que ya basta.
Yvonne Torregrosa
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