Apoyado en mi ventana,
veo pasar cuerpos perdidos sin rostro,
distraídos, llenos de nada, vacíos y sin miradas,
dejando huellas hundidas, invisibles,
huellas que solo yo percibo,
que jamás serán borradas.
Imagino tu belleza,
y no sé cómo en lienzo,
con óleo o en las arenas de mi mente,
poder plasmarla.
Para esa dulce imagen
que mi recuerdo de tu rostro fielmente guarda
mi paleta no encuentra los colores apropiados,
no sabe de qué divina manera pintarla.
Tu piel, sabor a fresas silvestres,
elixir de otra vida, de mundos lejanos
o tal vez de otras galaxias.
Y tus ojos…
mares de neón azul,
clavados siempre con pasión en los míos,
devorando mi atención,
que sin tu mirada no son nada.
Y yo…
solo puedo ver tu rostro
en esos cuerpos vacíos,
en las costas de un andén sin trenes
que llegan a horas desesperadas,
sin sentir más que el mórbido reflejo
de lo que será
tu regreso a este blanco lienzo,
rozado por matices celestes, rosados,
y tus labios, carmín púrpura y escarlata.
Con la llegada
de cada tren imaginario,
espero una mirada de esas chispeantes estrellas,
ojos con un rostro
que me hablen sin palabras,
que impregnen mis telas
de tonos con aromas a canela,
aquel que tenía tu cuerpo,
el único cuerpo que vestía un rostro,
tu rostro con el que sueño
cómo será mi amada.
Yvonne Torregrosa
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