Dices que has encontrado en mi boca un oasis,
manantial de besos dulces de mujer.
Y cuando no estoy… espejismos sueñas
y te asaltan con amargura, con quebranto,
con hiel.
Te despiertas con tristeza,
con sobresalto, con hambre
y con deseo de mis labios beber.
Tu boca anhelante que
escapa de la vida por mi garganta entreabierta
te hace sentir que tu hombría dormida
se despierta en tu ser.
Mientras… escalofríos de muerte
y ansia infinita se desbordan,
rompiendo esa frágil barrera
que alberga y reprime tu deseo,
tu ansia de mis labios sorber.
En torbellino loco escapas
y no temes al abismo caer,
sintiendo que la vida y la muerte
se alían en un pacto infinito.
Y ya no hay hombre o mujer,
ni vida ni muerte, ni hambre ni sed.
A la llegada del alba se rompe
el hechizo volviendo a tu helado desierto.
Las arenas sedientas despiertan de nuevo
tu hambre insaciable
y tu afán del agua soñada,
que desata tu ardor por beber.
En sueños, tu cuerpo de hombre
con deseo reclama la caricia
y la piel sedosa y cálida de una mujer.
Aquel ácido profundo que amarga tu hambre
y agria tu sed queda.
Y al volver a los labios del alma,
en tus sueños de hombre,
entre agradecido y triste,
rezas una plegaria por ambos
amantes a la vez.
Y con la fuerza que arrancaste
de tu alma me gritas:
¡bendita seas, mujer!
Me susurraste que tenías hambre
y sin sitio te encontrabas,
yo te puse una silla a mi lado…
y te dejé de mi plato comer,
porque tenías tu esencia reseca
y yo di alivio a tu avidez.
Ahora me dices con voz grave
que te he enseñado a ser hombre,
después de haber sido yo contigo mujer.
Yvonne Torregrosa
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