Hazme ver la luz
en los espasmos
últimos de la agonía.
Anémona de color…
laudable belleza, alma mía.
Aun muriendo sonrío.
Y muriendo, muero feliz
por distinguir tu alegría.
Y por ella huyó de las
tinieblas de muerte,
para volver de nuevo al día…
Y amó con aguda furia
en una mañana de luz clara,
en un infierno que ardía.
Viajó por vastos desiertos,
por bellos mares…
y por verdosas marismas.
La voz del trueno escuchó,
degustó el manjar de dioses,
gozó las flores de las deidades mismas.
Sintió el dolor de soledad
y no probó más amontillado
o jerez en su cena liviana
aquel día…
No había sustento para su alma,
no estaba aquella mujer,
no hallaba sangre en su vida.
Y de nuevo se enterró
en las cloacas de su alma.
Oscuros velos
gobernaban los infiernos
y no brillaron más los cielos
de su calma en la huida.
Fue Homero en su tragedia
al escribir su obra sin amor
al ver que nadie aplaudía.
El final llega…
y nada remedia la historia.
Ulises y Penélope
aquí no se aman.
Y de nuevo se torna
noche en el día.
© Yvonne Torregrosa
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