Las viejas paredes arañadas,
desgastadas y lúgubres
rasgadas,
con lo que parecen nombres escritos
de cuantos por allí pasaron.
Tantos secretos guardan
de los que allí quedaron,
de los que allí murieron,
o tal vez de los que huyeron.
Hedor a húmeda sombra
manchada de sangre
de sudor injusto
de inocentes acusados
y de malvados ultrajantes
allí encerrados.
¿Qué guardan esas viejas paredes?
hondas grietas,
donde algún papel
dejó el suspiro
de una última noche
donde ya no había destino,
más que el más duro final.
Y hoy…
los pocos rayos polvorientos se filtran por las rendijas
de ese inmundo ventanuco,
donde parece dejar escrito
un lamento,
un quejido,
o el perdón en un silbido.
Ahora,
en el lugar funesto,
se escucha al atardecer un rumor,
el arrastre,
el caminar de un espectro,
el que nunca se fue,
el que quedó anclado sin miedo
allí atrapado;
aquél, que escondido por salvarse,
murió ungido de cal
por la casualidad fatal
de un estruendo fallido.
Ay si él hubiera sabido
que venían a salvarle
de una injusta condena,
que con su vida pagó la pena, sin ser más que un triste y puro clérigo confundido,
cuyo único pecado
fue amar a un amor prohibido.
© Yvonne Torregrosa
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