Cae la lluvia sobre el oscuro foso,
mojando la madera ya cubierta
y las rosas dan color
a la angustia negra del difunto.
Los presentes miran sin ver
lo que allí dentro acontece,
dejando libre su mente volar,
como las hojas caídas del otoño
que pintan de azarcón el paisaje
ajado por la muerte.
Algunos lloran por la ausencia,
otros, por el descanso que merecen,
cada cual su llanto siente.
Y los que no son ni si quiera parientes,
observando compungidos parecen,
solo acompañan,
mientras, el cadáver nada advierte,
pues en su noche ya adormece.
Palabras vacías repetidas en un canto
y un señor que allí parece un santo,
habla como si de conocido se tratara,
frases que ve en un raído y negro libro,
sin saber quién ha sido el que se ha ido,
pero él narra su discurso distraído.
Con los pasos de reloj
marcando el tiempo,
la vida sigue su camino
y los demás el suyo,
hasta la próxima hora
que escoja la vida
para elegir al siguiente,
y los que después queden,
le despidan impíos en la muerte.
© Yvonne Torregrosa
Deja una respuesta