En tu mirada veo hojas
secas hundirse en un otoño
de melancólicos silencios.
Cada sueño menciona un nombre.
Mirada dulce con voz aterciopelada de mujer.
Dejas tus vestidos perdidos
en el vacío de un desierto,
vagas por arenas que se mueven
y tus lágrimas invisibles
se derriten como cera en una hoguera al caer.
Ya no queda llanto en tu alma.
Las sonrisas de tu rostro
se alejaron y sé que no piensan volver.
Para mí ya no hay un Dios en quien creer.
Se esfumaron las bondades que el amor te regalaba.
Y no hay deidad que te haga ver
esta tierra inventada.
Vives muriendo día a día
en el lago de tus ojos
que se ahogan en un turbio amanecer.
No miras… y, si lo haces,
ya nada real puedes ver.
Me he buscado en la profundidad de tu universo,
anhelando verme en los océanos
de los recuerdos felices de un ayer.
Percibía la ternura de tus cantos,
tus caricias, tus abrazos,
el aroma a vainilla de tu piel al nacer.
Busqué alimento para mis besos,
busqué un amor dulce que oler.
Vi tu cordura en el abismo,
por precipicios volaba
sin temor alguno a caer.
Te pregunté si tenías alas,
una suave máscara de paz
en el fondo de tus ojos contemplé.
No frené mis sentimientos
y dejé brotar lágrimas en mi tormenta.
No hay ya manos que me ayuden,
no me quedan súplicas ni rezos que ofrecer,
cruces ante las que postrarme,
agua bendita que beber.
Vivo en un mundo que no existe,
un infierno interminable
que derrite mis entrañas,
donde ya no quedan esperanzas
y las fuerzas gastadas
hacen de mí una anciana y gris mujer.
Tras los pasos de un viaje muy lejano,
sé que perdimos la partida.
Hoy somos la sombra rota de un ayer.
Yvonne Torregrosa
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